"Me da risa que me digan maestro...porque tengo sexto grado"



Argentina.- Antonio Carrizo tiene anécdotas con José Marrone, con Jorge Luis Borges, con Berta Singerman, con Vittorio Gassman, con Niní Marshall. Con Dios y María Santísima. Y las cuenta como quien comparte. No como quien da cuenta. Sabe contar el hombre que a poco de haber aprendido a leer, a los 5 años, ganó un concurso de lectura en su escuela granja y se llevó una yunta de palomas. Por aquel entonces, al nene de ojos claros y sueños de futbolista ni se le cruzaba la idea del reconocimiento hacia su propio conocimiento: "Me da risa que me digan maestro... porque tengo sexto grado". Antonio Carrizo supo, entre otras sabidurías, aprender sin que le enseñaran. Y sabe enseñar sin dar cátedra. Ni elegir materia: pasa de la poesía del irlandés James Joyce a los beneficios de comer con la mano el brownie del bar elegido para la charla. Una charla de ésas que regala quien ha vivido.

Autora de la nota: Silvina Lamazares
Fuente: Clarin.com
Foto: pagina12web.com.ar

Café de Guatemala para la primera vuelta. De Kenia, sugiere él, para la despedida. Y se enciende tanto al recomendar unos confites con chocolate como ciertos versos que su memoria no olvida. Y su voz resignifica. Tanto, que, de pronto, su recitado de un fragmento del Martín Fierro logra silenciar la música de fondo sin que nadie la apague. Magia de quien maneja los secretos de la palabra dicha. Y, entonces, revela que "siempre les digo a los actores que no lean poesía como si leyeran teatro. Hay que hacerlo imitando la letra de imprenta, la letra impresa... que las palabras tengan valor por sí mismas. Uno dice, por ejemplo, Te recuerdo como eras en el último otoño, la boina gris y el corazón en calma. El actor no se resigna a quedarse detrás del texto y dice Te recuerdo... como eras en el último otoño... con la boina gris...". El que habla es el mismo, pero la disociación, más allá de las pausas, está lograda en la puesta en escena que convirtió la mesa del bar en un escenario.
Con más de 60 años frente al micrófono, invitando a la fantasía, Carrizo construye imágenes posibles, sostenido por una categórica gestualidad repartida en esa estampa que lo llevó a jugar de "centro half, un 5 de los de antes, puesto que se suponía que era para mí porque era alto... En esa posición me gustaba mucho (Ernesto) Lazzatti, el pibe de oro de Boca. Yo lo tenía en las figuritas. Todavía tengo los álbumes, las láminas de El gráfico... A mí me gusta más guardar los pelpa que los casetes. Soy muy cuidadoso de las cosas del pasado".
El pasado lo lleva a esa imagen, nítida, de "cuando era chico y escuchábamos radio en la cocina". Cierra los ojos y dibuja en el aire la postal que tenía a su madre, "con los pies apoyados sobre las manijas del cajón de la cocina económica, en el que caía la ceniza de la leña. Con asombro, descubrí luego, escuchaba a los ídolos que pocos años después serían mis compañeros... Niní, Luis Sandrini, Roberto Airaldi".

En su General Villegas natal aprendió a pulir la voz a través de los altoparlantes de la propaladora y a los 21 viajó a Buenos Aires, con unos cuantos libros leídos "de puro inquieto nomás" y un cambio de escala urbana que no lo obnubiló: "Apenas llegué, un conocido me llevó a radio El Mundo, El Vaticano de la radio, y en el pasillo me saqué una foto con Héctor Maselli (autor de Los Campanelli), a quien yo iba recomendado. El estaba con dos admiradoras y creo que me hizo firmar un autógrafo a mí también". Ahí mismo sentó las bases de una carrera que continuó en Radio Rivadavia, donde ahora conduce La vida a las 12 y El sábado... radio, sumados a Tangos y libros, los domingos en la 2x4. Y esta noche, además, volverá a la TV para animar Los grandes (a las 21, por Volver), un ciclo de entrevistas de hace 22 años, que cuenta con copetes que acaba de grabar.
En el bar, su celular no le da tregua. La productora le va marcando el tiempo de descuento rumbo al aire. Seis llamados en una hora. Cifra similar a la que, confiesa, puede llegar él llamando a su mujer: "Soy muy mimoso... básicamente con mi familia. Me cuesta, en cambio, reconozco, el beso entre varones. Prefiero dar la mano".

Sin embargo, del bar a la radio, besa más de lo que hubiera querido. Y del bar a la radio pasa mucho menos tiempo de lo que uno hubiera imaginado para que esa voz se ponga la emisión al hombro. En cuatro minutos, el hombre que hasta recién manejaba un tiempo detenido para desandar el camino, ahora está frente al vértigo de un programa en vivo. Pasa de un tema al otro, nunca se queda sin letra. Un aliado de la palabra.

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